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Jun
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LA MENDICIDAD INDUCIDA

LA MENDICIDAD INDUCIDA
Cuando la miseria es tan necesaria alguien la pasa bien

Rael Salvador
raelart@hotmail.com

“Fueras de ley en un mundo sin leyes”.
Jonas & Kjell.

La mendicidad posee diferentes caras, diferentes máscaras.
La cara de la desolación, el rostro de la impotencia, la faz de la Calle Primera, la máscara del préstamo o el antifaz oscuro del abuso institucional, cuando a través de la sumisión, hincado en la sala de juntas, el funcionario — sobre todo de Cultura, Educación y Deporte — pide ayuda presupuestaria y se conforma con los pellejo o migajas que le lanzan.
La mendicidad, limosnera de corazón, es el decorado que obsequian las sociedades del consumo, estados inmersos en el Sistema Capitalista, donde son pocos los que pueden abrir la ventanilla para que se cuele el viento agradable del despilfarro y muchos a los que no les queda más remedio que hornearse en la mugre de su propio sudor.
Culturalmente aceptable se refleja en los pedigüeños de los cruceros y las avenidas de mayor circulación, trátese del Grupo Rescate, de un equipo Campeón (pero sin presupuesto), Ancianos desamparados, infantes en busca de la “morralla” para un órgano o los supuestos rehabilitados de las adicciones.
Cuando la miseria es tan necesaria es seguro que algún pudiente adinerado la esté pasando bien, que esté acumulando a raudales la plusvalía de la mano de obra barata, que para eso es que sirven los pobres, digo los pobres que no molestan (porque los que molestan son carne de cañón para las fuerzas militares del orden y desorden, del acomodaticio terror de las cáceles o, en definitiva, caldo de cultivo para las campañas de consumo de estupefacientes o alcohol pordiosero).
La mendicidad canta si quiere cenar. Y eso es anormal, quiérase o no, porque uno debería cantar — así como se hace en el Templo, pero sin vender el alma — para el goce de la existencia o la fiesta que alegremente desemboca el cuerpo
La mendicidad, que obliga a la humillación, es a veces el único recurso disponible, después del robo malogrado y la “microbusera” venta del cuerpo a domicilio, que deja la miseria para hacerse de la cada vez más cara moneda del día: para echarse un ramito de tacos flacos — taco que cierra no es taco –, o la encristalada “tacha” de la pesadillezca felicidad artificial…
O, psicológicamente — pero este ya es tema para otra columna –, sentir que aun posee contacto con los dulces y pudientes “seres de este mundo”.


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